sábado, 10 de marzo de 2012

8.- Héctor.

Miriam miraba atenta que ardía libremente en la gran chimenea. Todavía seguía pensando en todo lo que había sucedido ese día. Después de que Héctor les hubiera dejado sin aliento y con la mente en blanco tras su aparición, les había llevado hasta el salón principal del castillo, en la segunda planta. Habían subido hasta allí en silencio y sin mirarse. Habían entrado por la gran puerta de entrada, que era más grande de lo que parecía y más vieja. Esta había crujido tras su paso, como dándoles la bienvenida de nuevo a su hogar después de tantos años fuera. El vestíbulo era muy grande y espacioso. Tenía una puerta a la derecha y otra a la izquierda, éstas eran más pequeñas que la de entrada, pero más bonitas y nuevas. La de la derecha estaba cerrada, aunque se morían de ganas de ver que se escondía detrás, se resistieron. La de la izquierda estaba un poco abierta, pero estaba a oscuras y no se podía ver nada desde donde ellos estaban. Subieron por unas escaleras que estaban situadas en frente de la puerta principal. Se habían encontrado en un largo pasillo poco iluminado, con una alfombra desteñida en el suelo color bergoña, con muchas puertas a ambos lados. Giraron a la derecha y Miriam pudo contar tres puertas antes de llegar a una puerta un tanto diferente a las demás. Esta era un poco más grande que las demás. Al igual que había podido ver tenía el pomo dorado. Entraron a una gran sala con un techo muy alto, incluso más que el del vestíbulo, y una gran cristalera que daba a la terraza. Las paredes que no tenían ventanas estaban decoradas con grandes pinturas de paisajes, y retratos de antepasados. Majestuosas  lámparas de araña colgaban del techo y una gran chimenea se alzaba en la pared más alejada de la puerta, a la derecha. Encima de ésta estaba el retrato que les había enseñado Henry, más grande y bonito que la fotografía, enfrente de la chimenea dos sillas moradas, como las cortinas que estaban recogidas a cada lado de las ventanas, y a su lado un sillón orejero del mismo color. Allí ahora mismo lo recordaba todo, y espectante estaba mirando el retrato de su madre, mirando el increíblemente parecido, y lo feliz que era en ese momento.
-... y cuando os dieron en adopción y vuestros padres estaban en cama con depresión, yo prometí que nunca me iba a rendir y que iba a esperar en este castillo a que volvieseis. Y aquí estáis para luchar contra el ejército del trueno y salvar a Farnolor.- Dijo con una sonrisa en la boca y mirando a Miriam y Alex.
Miriam no había escuchado mucho aunque lo poco que había escuchado era suficiente.
-Aquí ha habido un error.-Dijo Miriam dirigiendo su mirada a Héctor que había cambiado su cara de felicidad por una de desconcierto.-Hemos venido hasta aquí por error y, por lo menos yo, no estoy preparada para enfrentarme a nadie.
-Yo tampoco soy lo suficientemente fuerte como para enfrentarme a un ejercito entero y vencer.
-Ya veo que los años que no habéis estado os han sentado muy mal. Yo os entrenaré, después podréis derrotar al ejército y a muchos más. ¿Confiáis en mi?-Preguntó desde la chimenea mirándolos a ambos, esperando su respuesta.
En ese momento ambos sintieron algo dentro que les dijo que debían decir que si a su propuesta.
-Quizás podamos hacerlo,- dijo Alex mirando a Miriam-. Si es verdad todo lo que ha dicho, debemos hacerlo para salvar a los Farnolianos.
-Está bien, pero yo no dejo nada claro, no soy buena luchadora.- Dijo Miriam mirando esta vez a Héctor a los ojos.

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