sábado, 24 de marzo de 2012

10.- Su vestido.

Y aunque a Miriam le gustaba estar de nuevo en el hogar donde había nacido y había pasado unos días antes de que se la llevasen, solo de pensar en sus padres buscándola y sufriendo por ella se entristecía. No tardó en bajar a desayunar, pero cuando había abierto el armario había encontrado un precioso vestido con una tarjeta colgada en la que ponía su nombre, con una cuidadosa caligrafía, y a continuación ponía "Ponte este vestido, estarás mejor". Tal y como ponía en la tarjeta descolgó el vestido y lo miró atentamente. Era un vestido no muy largo que le llegaba por debajo de las rodillas, de mangas cortas. Era de seda, color malva y caía por sus piernas como una cascada de agua. Se puso sus sandalias y se dispuso a salir por la puerta cuando se dió cuenta de que no se había cepillado el pelo. Se volvió y por primera vez desde que había llegado a la habitación se fijó en que junto al armario había un precioso tocador Victoriano del mismo color que el armario y la cama. Se sentó en la silla y abrió el primer cajón de la derecha. De él sacó un cepillo dorado y mirando su reflejo en el espejo empezó a cepillarse los cabellos. Los tenía bastante enredados, a causa de que había estado durmiendo. Cuando terminó volvió a guardar el cepillo en el cajón. Decidió entonces abrir el segundo cajón, pero se dio cuenta de que estaba cerrada con llaves y se levantó para ir a desayunar. Aunque parecía que no le importaba el cajón cerrado, si le importaba y decidió preguntarle a Héctor sobre el asunto, por si podía proporcionarle más información. Se levantó, miró nuevamente su ropa situada sobre la cama y se dirigió a la puerta. Aferró el pomo dorado, estaba frío y resbaladizo como el hielo, lo giró lentamente y empujó la puerta. Cuando volvió a cerrar la puerta empezó a escuchar las voces de Héctor y Alex hablando, pero no pudo entenderlas. Por su cabeza se pasó la idea de mirar las habitaciones del pasillo, pero en ese momento su estomago rugió. Pensó cuantas horas llevaba sin comer y se acordó que desde el picnik con su familia y empezó a bajar las escaleras. El posamanos era de roble también, por lo que Miriam se había dado cuenta la mayoría de los muebles de ese lugar lo eran. Bajo lentamente escuchando como Héctor le contaba a Alex todas las anécdotas de los años en los que vivió junto a su padre. Terminé de bajar el tramo de escaleras y me colé entre la puerta del comedor. Ambos me miraron.
-¿Qué tal has dormido?- Preguntó Héctor con una taza de té en la mano.
-Bien.-Respondió ella dando unos pasos y sentándose en la mismo silla en la que se sentó la noche anterior.
-Es... Estás muy gu... guapa con ese ves... vestido.-Tartamudeó Alex mirándome y bajando la mirada cuando ella le miró.
-Gra...Gracias.-Pudo decir Miriam.-Estaba en mi armario y pensé que me quedaría bien.
-Pu..Pues has pensado bien.-Dijo, y en su boca se dibujo una leve sonrisa.
-Pues me alegro de que hayas dormido bien, porque nos espera un día muy largo.-Interrumpió Héctor poniéndose de pie para ir a dejar la taza en la cocina.
Miriam empezó a comer lo que había en su bandeja intentando acallar los rugidos incesantes de su estómago.

sábado, 17 de marzo de 2012

9.- Su habitación.

Oscuridad. Lo único que en ese momento Miriam podía ver. Intentaba recordar lo que había hecho ese día, pero eran demasiadas cosas. Recordaba una caída, un chico guapo y alto, un gato que habla, su casa en el tronco hueco de un gran árbol. También podía recordar la historia de su familia, la huida, y finalmente el castillo. Recordaba voces, la de un chico, que aunque acababa de conocer, sabía que era Alex por todas la cosas que habían pasado juntos ese día. Recordaba otra voz. La de Héctor, más cálida y ronca que la de Alex. Ahora podía recordarlo todo. Habían estado durante la noche hablando en el salón de baile, luego habían pasado al comedor. Éste era un tanto más pequeño que el salón de baile, pero más cálida y acogedora. Esta habitación tenía chimenea, pero en el centro tenía una larga mesa rodeada por dieciocho sillas, todas de madera de roble. En el techo dos lámparas de araña colgaban como a punto de caerse. El suelo era de mármol, las paredes de color violeta al igual que la tela que cubría la mesa. Esta habitación solo tenía dos ventanas que comunicaban a al parte trasera del castillo. Habían entrado y se habían sentado, Héctor había estado fuera un tiempo, en el cual Alex y Miriam no se habían hablado. Al cabo del tiempo Héctor regresaba con unas bandejas en las manos y las dejó sobre la mesa. Todos habíamos permanecido en silencio hasta terminar y cada uno había ido a la habitación que Héctor había dicho. Y ahora lo podía recordar, se había tumbado en su cama y se había quedado dormida al instante. Pero todavía era de noche, no podía ir a ningún lado. Entonces decidió quedarse en la cama y reflexionar sobre todo lo que había pasado en aquel día tan extraño. Solo podía pensar en una cosa, ¿sus padres la estarían buscando? No podía soportar la idea de que sus padres estuvieran buscándola, y ella tranquila en la cama del castillo. Tampoco podía imaginarse que fuera una princesa, que realmente toda lo que había vivido esos años fuera mentira. Todos los recuerdos junto a su familia, todo los momentos felices y los tristes, todo ¿podría ser mentira? Todavía no le entraba en la cabeza. Entonces como si no se lo esperase, cerró los ojos y entró en un sueño profundo. Abre los ojos. Le parece que solo ha estado durmiendo unos minutos, pero ahora es de día. Por la ventana entra mucha claridad que le molesta. Parpadea varias veces, e intenta incorporarse. Se pone en pie, notando en la planta de sus pies el frio suelo, y se dirige a la ventana. En ese momento se da cuenta que su habitación es la que está en la torre más alta, y mira hacia abajo, donde el día anterior habían estado. Entonces golpean en la puerta.
-Adelante.-Dice Miriam sin mirar la ventana.
Se abre la puerta con un fuerte crujido y aparece la cabeza de Alex.
-Te he escuchado caminar y he decidido decirte que el desayuno está preparado.
Me miro la ropa y veo que no llevo mis vaqueros y mi camiseta, llevo un precioso camisón de seda azul.
-Cuando me cambie. Gracias por avisarme.-Dice girando la cabeza hacía Alex y sonriéndole.
-No hay de que. Pero date prisa, Héctor quiere empezar con sus clases de lucha.

sábado, 10 de marzo de 2012

8.- Héctor.

Miriam miraba atenta que ardía libremente en la gran chimenea. Todavía seguía pensando en todo lo que había sucedido ese día. Después de que Héctor les hubiera dejado sin aliento y con la mente en blanco tras su aparición, les había llevado hasta el salón principal del castillo, en la segunda planta. Habían subido hasta allí en silencio y sin mirarse. Habían entrado por la gran puerta de entrada, que era más grande de lo que parecía y más vieja. Esta había crujido tras su paso, como dándoles la bienvenida de nuevo a su hogar después de tantos años fuera. El vestíbulo era muy grande y espacioso. Tenía una puerta a la derecha y otra a la izquierda, éstas eran más pequeñas que la de entrada, pero más bonitas y nuevas. La de la derecha estaba cerrada, aunque se morían de ganas de ver que se escondía detrás, se resistieron. La de la izquierda estaba un poco abierta, pero estaba a oscuras y no se podía ver nada desde donde ellos estaban. Subieron por unas escaleras que estaban situadas en frente de la puerta principal. Se habían encontrado en un largo pasillo poco iluminado, con una alfombra desteñida en el suelo color bergoña, con muchas puertas a ambos lados. Giraron a la derecha y Miriam pudo contar tres puertas antes de llegar a una puerta un tanto diferente a las demás. Esta era un poco más grande que las demás. Al igual que había podido ver tenía el pomo dorado. Entraron a una gran sala con un techo muy alto, incluso más que el del vestíbulo, y una gran cristalera que daba a la terraza. Las paredes que no tenían ventanas estaban decoradas con grandes pinturas de paisajes, y retratos de antepasados. Majestuosas  lámparas de araña colgaban del techo y una gran chimenea se alzaba en la pared más alejada de la puerta, a la derecha. Encima de ésta estaba el retrato que les había enseñado Henry, más grande y bonito que la fotografía, enfrente de la chimenea dos sillas moradas, como las cortinas que estaban recogidas a cada lado de las ventanas, y a su lado un sillón orejero del mismo color. Allí ahora mismo lo recordaba todo, y espectante estaba mirando el retrato de su madre, mirando el increíblemente parecido, y lo feliz que era en ese momento.
-... y cuando os dieron en adopción y vuestros padres estaban en cama con depresión, yo prometí que nunca me iba a rendir y que iba a esperar en este castillo a que volvieseis. Y aquí estáis para luchar contra el ejército del trueno y salvar a Farnolor.- Dijo con una sonrisa en la boca y mirando a Miriam y Alex.
Miriam no había escuchado mucho aunque lo poco que había escuchado era suficiente.
-Aquí ha habido un error.-Dijo Miriam dirigiendo su mirada a Héctor que había cambiado su cara de felicidad por una de desconcierto.-Hemos venido hasta aquí por error y, por lo menos yo, no estoy preparada para enfrentarme a nadie.
-Yo tampoco soy lo suficientemente fuerte como para enfrentarme a un ejercito entero y vencer.
-Ya veo que los años que no habéis estado os han sentado muy mal. Yo os entrenaré, después podréis derrotar al ejército y a muchos más. ¿Confiáis en mi?-Preguntó desde la chimenea mirándolos a ambos, esperando su respuesta.
En ese momento ambos sintieron algo dentro que les dijo que debían decir que si a su propuesta.
-Quizás podamos hacerlo,- dijo Alex mirando a Miriam-. Si es verdad todo lo que ha dicho, debemos hacerlo para salvar a los Farnolianos.
-Está bien, pero yo no dejo nada claro, no soy buena luchadora.- Dijo Miriam mirando esta vez a Héctor a los ojos.

sábado, 3 de marzo de 2012

7.- El castillo

Alex y Miriam no cabían en su asombro cuando se acostumbraron a aquella luz del sol. Habían estado caminado durante un rato a oscuras y ahora se sentían libres por fin. Durante el camino los dos habían estado intentando imaginar el lugar al que conducía aquel túnel, pero nunca habrían imaginado semejante cosa. Estaban frente a un inmenso castillo, un poco deteriorado por los años, pero seguía siendo precioso. El túnel había conducido hasta una especie de terraza, con grandes árboles y plantas. El castillo era alto, desde conde estaban ellos parecía que la torre más alta podía incluso tocar el gran cielo azul. El castillo tenía tres torres, la del centro la más alta, pero las otras dos eran también altas, de unos veinte metros aproximadamente cada una. Una puerta similar a la del túnel, pero más alta y nueva era la principal de el castillo y en la que se podía ver más dorado que en la del túnel. El castillo tenía muchas ventanas, unas veinte pudo contar Miriam. Las baldosas del suelo se estaban rompiendo a causa de las raíces de los árboles, pero se podía andar todavía por ellas. El castillo tenía pinta de estar deshabitado, y si así era, ¿por qué Henry les había conducido hasta él? Alex no se lo podía explicar. Estuvieron un tiempo en silencio, no sabían si había sido durante unos segundos o unos minutos, pero Miriam fue la primera en decir algo.
-Este lugar me es familiar y no sé por qué.- Giró la cabeza hacía Alex para poder ver su expresión.- Yo he dibujado este lugar, hace unos meses, soñé con él y lo dibujé.
-¿Cómo es posible? Se supone que de aquí nos fuimos con apenas un año.
-¿Y qué? Puede que, lo recordase.-Dijo Miriam, aún sin creérselo.- Puede que durante ese año que vivimos aquí, lo observase durante mucho tiempo y esa noche lo recordase...
-¿Y cómo es que yo no lo recordase? Se supone que yo viví también aquí.
-Pues yo tendré más memoria, no lo se.- Y Miriam emprendió el camino hacía el castillo.-Vamos, tenemos que ver si hay alguien, e intentar entrar.
-Pero, ¿como va a haber alguien? ¿No ves que está abandonado? Puede que desde que nuestros padres murieron nadie se ha atrevido a vivir en ese lugar.
-¿Y si no es así? ¿Y si todavía hay alguien dentro esperando a que la profecía se cumpliese y nosotros llegásemos? A lo mejor es por eso por lo que Henry nos ha traído hasta este lugar.- Miriam se volvió, miró a los ojos a Alex y empezó de nuevo a caminar hacia el castillo.
En ese momento la puerta del castillo se abrió, Miriam se paró en seco y se volvió para mirar lo que Alex estaba haciendo.
-¿Qué hacemos?-Preguntó Miriam con miedo en los ojos.
-Debemos continuar, mirar a ver si hay alguien o ha sido el viento. Ya no podemos volver.
Entonces de la puerta, como llevado por el viento, salió alguien. "¿O algo?" Pensó Miriam. Era un ser raro, tenía la cabeza y el torso de un hombre pero no tenía piernas, sino patas de caballo. Y gritando y corriendo se acercó a ellos. Estaba desnudo, salvo por un taparrabos situado estrategicamente sobre sus partes y un arco en su mano derecha. Tenía el pelo corto, negro como el carbón y llevaba un gran anillo de oro en el corazón de la mano izquierda.
-¡Habéis venido! ¡Sabía que vendríais!- Cogió a Miriam de la cintura y la llevó hasta Alex. Los abrazó a los dos como si los conociese de toda la vida.- ¡Nunca perdí la esperanza y aquí estáis los dos! ¡Sanos y salvo! ¡Y nos salvaréis!
-Perdón por la arrogancia, pero, ¿quién eres?- Preguntó Alex sin aire a causa del abrazo.
-Soy yo, Héctor, vuestro padrino.- Dijo como si aquello fuera tan claro.- ¿No me recordáis?